Confieso que, de cuando en vez, abro sigilosamente el baúl de mis propios y felices recuerdos -atesorados en los laberintos de mi mente-, y me encuentro conmigo mismo, de niño y estudiando las tablas de multiplicar, bajo la atenta supervisión de mi querido abuelo Papá Ñato -que hace algún tiempo es uno con la Matriz-, esperando, como decenas de miles de niños nacidos y que crecimos en los años ochenta -esa maravillosa década que hoy está siendo evocada constantemente y explotada hasta la saciedad, no hasta el hartazgo-, a que empezara mi serie de dibujos animada favorita, de aquellos tiempos, de ahora y de siempre: The Transformers.

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En aquella inestable época -política y económicamente hablando-, a lo que se sumaba el terror de unos criminales -dementes y asesinos-, que querían volver cenizas a nuestra patria, tener un refugio así era algo valioso, no apreciado en su momento, pero valorado con el paso de los años y la experiencia que te van confiriendo las canas que asoman en tu otrora negra cabellera. Imaginarse ser un noble autobot que luchaba contra los malvados decepticons, era nuestra forma de contribuir al fin del terror, aunque solo fuese en la maravillosa imaginación de un niño.

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Cómo no recordar la intro del programa, de la que solo llegabas a entender la palabra transformers y el ruidito característico de éstos al transformarse -no creo que en esa distante época hayamos sido expertos en inglés-, y cómo no emocionarte al ver a aquellas máquinas que podían pensar y sentir, más aún cuando, en efecto, te dabas cuenta que eran más de lo que veías, ya que se transformaban en toda clase de vehículos y aparatos, desde la magnífica y serena forma de Volkswagen de Bumblebee, pasando por el terror encarnado por Megatrón al transformarse en un arma que podía acabar contigo, hasta la soberbia e imponente presencia de Optimus Prime en su modo de camión Freightliner.

Lo más probable es que en aquella época solo hayas entendido que la serie trataba de robots buenos contra robots malos y está bien, porque en dicho tiempo, sin el internet masificado, ni toda la información en la web disponible, ni la tecnología de hoy, te haya resultado casi imposible entender y seguir. Vamos, no te hagas el sabihondo y nos vengas a decir que la lucha por la hegemonía y el poder llevó al agotamiento de las fuentes de energón en Cybertron y que esto provocó que los autobots salieran en búsqueda de energía, siendo seguidos por los decepticons. Sé sincero: eso lo has entendido ya de mayor. Tú de niño solo anhelabas ver a Wheeljack transformarse en un auto tipo Nascar, a Perceptor en un microscopio, a Grimlock en un dinosaurio y a Soundwave en una radio casetera, como esas que tu mamá o tu abuelita tenía en algún lugar de la casa para escuchar las canciones de moda de aquellos tiempos dorados.

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Llevo en el centro del pecho tatuado el emblema de los autobots. Me considero uno de ellos, por algunas cualidades que tenemos en común. Pero, más que nada, ese tatuaje me lo hice para llevar siempre cerca del corazón a aquellas espectaculares máquinas venidas de las insondables lejanías del cosmos, porque forman parte esencial de mis recuerdos más felices, más añorados, de aquellos que quisieras vivir por siempre, porque te recuerdan al niño que fuiste, reafirman al niño que no quieres dejar de ser, y te ayuda a pasar de generación en generación esa pasión por algo que salió de la imaginación de un niño grande, como yo que escribo esto, y como tú, que sonríes mientras finalizas de leer esto.

Autor:

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Julio Cruz Merino

Me encanta leer y escribir. Amo los perros, el rock de los 80’s, Calamaro y los Rolling Stones. Abogado.