Westworld por Julio Cruz Merino.

Cuando nacemos, empieza el inevitable proceso de nuestra muerte. A lo largo de nuestra vida, muchas veces, en especial desde que perdemos la inocencia, la malicia nos toca la puerta y empezamos a cuestionarnos aspectos de nuestra existencia que antes nos eran lejanos, ajenos, apenas un rumor en un mar de cosas desconocidas. Y Westworld nos plantea que uno de estos aspectos es la naturaleza de nuestro ser, y las inevitables preguntas que empezamos a formularnos: ¿quién soy?, ¿cuál es mi propósito en la vida?, ¿somos reales?, ¿existe el destino?, ¿ha vida después de la vida?
De estas legítimas dudas existenciales analizaremos una en estas líneas: ¿somos reales? Esa es la premisa que nos ha acompañado de las tres temporadas –hasta ahora- Westworld, la espectacular serie de HBO, que finalizó hace unas semanas y la cual ha sembrado en nuestras mentes la duda de si nuestra existencia es producto del azar cósmico, del plan maestro de una mente superior, omnipresente y omnipotente, o fruto de una gran simulación, como se deja entrever en Matrix, por ejemplo. ¿Somos reales, o simples peones en el divertido ajedrez de un ser superior?




Westworld es la mejor serie en lo que va de este atípico y desastroso año. Quien me diga lo contrario, lo espero, argumentos en mano, para debatir -donde quiera-, pasada la cuarentena, si es que esta acaba algún día. Westworld puede ser tan espectacular en trama, guión y uso de efectos especiales como solo una superproducción de esta cadena puede serlo. Y cada temporada, cada capítulo, se supera a sí misma. No hay que olvidarnos de las actuaciones: el personaje de Dolores se roba la temporada completa. Es la heroína y la villana, según el punto de vista que quieras darle; es la que promueve la supervivencia de los de su especie, que han obtenido el don de conocer su realidad, aceptarla y querer ser parte del mundo que los creó para diversión de algunos y terminó siendo la perdición de todos.


Además, Westworld nos presenta el futuro que ya quisiéramos todos estar viviendo –me refiero a los avances en la tecnología, como los autos voladores, que no llegaron en el 2015 como nos hizo creer Volver al Futuro– y con grandes avances en medicina, para controlar la pandemia que nos está matando a nivel mundial por decenas de miles, y que nos mantiene en casa, encerrados, como un personaje de esta serie, atrapado dentro de un mundo inmenso, que ya va pareciendo irreal, sin ir más allá de los límites impuestos por terceras personas, a la espera de ser libres, a una chispa de iniciarse la rebelión, a un paso de la anarquía total, desesperados por creer que nuestra existencia tiene un norte y que no somos únicamente esclavos de un sistema que nos ha confinado a ser extras en una tragicomedia global.Si todavía, amable lector, no has visto Westworld, te invito cordialmente a que lo hagas. La recomendación –y la serie- no te decepcionarán. Magistrales actuaciones –como la de Anthony Hopkins en la primera temporada- así como de los personajes protagonistas de la actual y, esperemos, futuras temporadas, se llevan todas las palmas. Y si: tendrás que decidir entre la pastilla azul o la pastilla roja luego de ver esta muy buena serie, ya que volverá a ti –si es que alguna vez se fue- la pregunta que siempre te formulaste sobre tu realidad, sobre la veracidad de tu existencia. La credibilidad de tus actos y tu rol, como un minúsculo grano de polvo estelar en la inmensidad del cosmos.