The Crown: los trapos reales no siempre se lavan en los castillos por Julio Cruz Merino | Twitter: @julioecruzm

Escribo estas líneas con la plena seguridad de que mi conciencia estará tranquila con el tema de los spoilers. Ya han pasado varios días desde el estreno de la que es, a mi opinión, la mejor serie original de Netflix -lo siento House of Cards, pero sin Kevin Spacey perdiste el sitial ganado, a pesar de las denuncias contra él- y es momento de compartir con ustedes, amables lectores, algunas ideas sobre esta muy buena serie, que nos adentra en la indolencia y la frivolidad de los que aún, en estos tiempos, mantienen las cabezas coronadas con la complicidad de sus pueblos, ya que prefieren el status quo a una democracia de verdad.

The Crown ha desnudado, justamente, las maneras gélidas, los ademanes calculados, los rostros serios, los gestos adustos de quienes viven un la cima de una pirámide de cristal, gozando de privilegios que ningún otro simple mortal soñaría jamás con tener, llevando una vida de ensueño con el dinero de los contribuyentes -sus súbditos, a quienes deben obediencia y lealtad, así éstos sean de la peor calaña posible- viviendo en una burbuja de banquetes, giras, eventos de caridad -de lo poco rescatable de estas personas privilegiadas- y que viven rodeados no sólo de comodidades, sino también de amarguras  y miserias, como todo ser humano, al final de cuentas.

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The Crown
The Crown

The Crown, en aspectos técnicos -con lo poco que sé sobre éstos temas- es impecable, tanto en la recreación de los escenarios suntuosos donde transcurren las despreocupadas vidas de estas gentes afortunadas, pasando por el vestuario, que va progresando conforme las décadas pasan en la serie, con los estilos propios de cada una, pero manteniendo la sobriedad acartonada a la que están obligados los miembros de la familia real británica -y de otras familias reales, en la vieja y decadente Europa, donde aún se mantiene la ilusión de las monarquías, así sea “democracias” parlamentarias, como la británica- hasta llegar a los diálogos fríos y carentes de corazón que los actores han tenido que interiorizar para sus papeles, ya que ningún ser humano que se precie de tener entrañas y sentimientos sería capaz de librarse tan fácilmente de aquellos que los rodean, desaparecerlos del radar de sus vidas de manera tan sencilla, simple y cruel, como se muestra en la serie.

La política -el arte del engaño, la manipulación y la mentira- se hace presente más que nunca en la serie, en especial en la recientemente estrenada cuarta temporada de The Crown, con la aparición -y magistral actuación- de Gillian Anderson (Dana Scully en The X- Files) interpretando a la polémica “Dama de Hierro” Margaret Thatcher, aquella que se hizo tristemente célebre por consumar, con una guerra desigual, la ilegal ocupación de las Islas Malvinas (argentinas desde y para siempre) y por haber puesto al Reino Único al filo del precipicio con sus políticas económicas draconianas, dignas de señor feudal, de un Lannister en el Trono de Hierro, lo que le valió no pocas antipatías entre el pueblo de la isla británica y demás territorios.

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The Crown
The Crown

The Crown es un crudo retrato de la familia real británica, de la burbuja en la que viven, de lo apañados y seguros que se sienten debido a un pueblo que los secunda en sus triunfos y en sus miserias, pero que también, con los años, se va haciendo consciente de que la monarquía es un lastre histórico milenario que no sirve de gran cosa más que para mantener la pompa, salvar el qué dirán y perpetuar una tradición que otros países de Europa -y del mundo- han logrado desaparecer -y no ha sido el fin de su sociedad tal como la conocían-. Si al comienzo de la serie sentías simpatía y hasta lástima por la ahora extremadamente anciana reina Isabel, pues ahora, ya acabada la cuarta temporada, te puedes ir dando cuenta cómo el poder y la soberbia transforman a las personas, y cada vez se hace más insufrible la monarca de los ingleses y otras naciones, y cómo su hijo Carlos, el eterno príncipe, no es más que un desgraciado que hizo todo lo posible por terminar de destruir la ya frágil salud mental de su aún -según la cronología de la serie- esposa, la recordada princesa Diana. Si lo que se narra de él es cierto sólo una ínfima parte, no merece llevar jamás la corona que su madre se niega a darle mediante la abdicación, a pesar de ser casi centenaria. Es más, ni siquiera sus hijos merecerían la corona de su abuela: la monarquía de cualquier país no es más que un rezago de tiempos pasados, oscuros y viles, por lo que, en mi opinión, debería desaparecer de la faz de la tierra.

Con todo lo dicho anteriormente, espero que nunca más vuelvas a ver a la monarquía como una utopía inalcanzable, sino como un infierno que ni siquiera el poeta Dante quisiera atravesar acompañado de Virgilio.