Sinopsis
Lo primero que me atrapó fue, sin duda, el aspecto visual. Desde el primer fotograma, las composiciones de la película parecían sacadas de un libro de cine de Stanley Kubrick. Recordé de inmediato las atmósferas de El Resplandor (1980), 2001: Odisea en el Espacio (1968) y Ojos Bien Cerrados (1999). No exagero cuando digo que cada encuadre estaba meticulosamente diseñado, no solo para ser estético, sino para ser perturbador. Los encuadres y movimientos de cámara parecían tener un único objetivo: causar incomodidad. Y lo lograban. Me sorprendió cómo lograban transmitir tanto con tan poco, algo que no se ve mucho hoy en día en el cine contemporáneo.
Demi Moore está descomunal. No había visto a Moore en un protagónico así en años, y sinceramente, fue una bocanada de aire fresco. Su actuación es un golpe directo a la mandíbula. Cada mirada, cada pequeño gesto corporal parecía estar cargado de significado. Me fascinó cómo la cámara no temía acercarse a su rostro en close-ups extremos, mostrando cada arruga, cada imperfección de su piel. Eso, viniendo de una actriz que ha sido criticada públicamente por sus cirugías, me pareció un golpe maestro. Es casi como si la película estuviera diciendo: “Mírenla. Aquí está, en todo su esplendor, y no puedes apartar la mirada”. En un Hollywood obsesionado con la perfección y el retoque digital, es refrescante ver a una actriz como Moore desafiando esa norma. Recuerdo cuando leí un ensayo en The New Yorker que hablaba sobre cómo el cine ha ido alejándose de la realidad física de sus estrellas, y aquí La Sustancia va en la dirección opuesta, mostrando a una Demi que se siente más real que nunca.
Y luego está Margaret Qualley. Cada escena en la que aparece roba por completo la atención. Interpreta a Sue, una joven que representa todo lo que el personaje de Moore desea ser: atractiva, exitosa y, sobre todo, admirada. La dinámica entre ambas actrices es magnética, pero lo que más me llamó la atención fue cómo Qualley logra transmitir la presión social de ser joven y perfecta en un mundo que valora lo superficial. Me recordó mucho a Neon Demon (2016) de Nicolas Winding Refn, donde también se explora esta obsesión con la juventud y la belleza, y cómo ese ideal puede destruirnos por dentro. De hecho, podría decir que Elizabeth es casi un eco de personajes de animes como Perfect Blue de Satoshi Kon, donde las protagonistas son devoradas por la imagen que la sociedad quiere que proyecten.
En términos de edición y montaje, la película es un tour de force. Aunque, admito, hay momentos en los que me pregunté si podríamos haber prescindido de unos 20 minutos. Sin embargo, la tensión es constante. Cada escena parece más perturbadora que la anterior, y el ritmo, aunque pausado, nunca pierde fuerza. El uso del sonido es clave para generar esa sensación de inmersión. En ciertos momentos, me encontré completamente atrapado en la mente de los personajes. Me recordó mucho a La Mosca (1986) de David Cronenberg, especialmente en esas escenas donde los efectos de sonido juegan con tus sentidos y te hacen sentir como si estuvieras experimentando todo lo que el personaje sufre. Es un horror corporal en su máxima expresión, con ese toque grotesco que tanto me fascina.
Las referencias cinematográficas no paran ahí. También me vino a la mente Carrie (1976) de Brian De Palma en esos momentos en los que la violencia y la sangre explotan en pantalla. Incluso podría ver toques de El Hombre Elefante (1980) de David Lynch, donde el cuerpo es el centro de la narrativa, y los personajes parecen estar atrapados en un constante conflicto entre lo que son y lo que la sociedad espera de ellos. Pero La Sustancia no se limita a hacer homenajes vacíos; utiliza estas referencias para construir una crítica mordaz hacia nuestra obsesión con lo superficial, con lo que es perfecto a los ojos de los demás.
Una de las partes más destacadas, para mí, fue la crítica feroz que el film hace a la industria del maquillaje, la moda y la televisión. ¿Cuántas veces hemos visto a ese jefe empresario machista y desagradable en la pantalla? Dennis Quaid interpreta ese arquetipo a la perfección, y en lugar de sentirse como un cliché gastado, funciona porque es una representación precisa de lo que ese tipo de personajes representa en la vida real. Me recordó al personaje de Jordan Belfort en El Lobo de Wall Street (2013), pero aquí la película lleva esa crítica a un nuevo nivel, especialmente al mostrar cómo ese tipo de figuras controlan y destruyen a las personas que están a su alrededor. Esto queda claro en una escena incómoda donde el personaje de Quaid, en un acto grotesco, traga gambas de forma repugnante, casi asquerosa, mientras se sienta frente a Elizabeth. Los planos incómodos y desagradables reflejan cómo funciona la sociedad de consumo y las decisiones deshumanizadas que se toman en esos entornos. Él la mira con desdén, dando a entender que ya la ha «usado» durante más de 50 años, dejándola de lado como un plato de comida que ya no le sirve. Es irónico, porque ambos personajes tienen más o menos la misma edad, pero en su posición de poder, él sí puede mantenerse intocable, mientras que ella se vuelve descartable.
La misma sustancia toma el lugar de todos esos cosméticos, cremas carísimas y productos de belleza diseñados para simular una juventud que ya pasó. La adicción a la sustancia es una metáfora del consumo constante, ese ritual mes a mes en el que las mujeres luchan por mantenerse «bonitas» en una sociedad que solo las valora por cómo se ven. Esto se refleja de manera impactante en la escena donde el vecino de Elizabeth toca la puerta gritando, molesto por el ruido que escucha. Sin embargo, cuando abre la puerta y ve a Sue, se queda en shock, admirando su belleza en lugar de seguir con sus quejas. Aún más revelador es el momento en el que Sue tiene sexo con un chico, quien la trata con deseo y admiración. Sin embargo, cuando Elizabeth se lo cruza más tarde, sin la apariencia de Sue, el mismo hombre la trata como basura, despreciándola por su edad. Es un claro ejemplo de cómo los hombres son retratados en la película en relación a la sexualidad femenina, donde la percepción de la apariencia lo es todo. Incluso los planos que muestran el roce físico entre los personajes subrayan esta dinámica. La película exagera deliberadamente, representando a los hombres como figuras banales y superficiales, casi como cerdos, aunque, claro está, en la vida real no todos alcanzan ese nivel de bajeza.
Además, hay un uso deliberado de la sexualización del cuerpo femenino, pero en lugar de ser gratuita, se convierte en un arma de crítica. El uso de las fotografías, gigantografías y espejos es clave, ya que refleja cómo todos nos miramos al espejo cada día, buscando manchas, arrugas o cualquier imperfección. Esa obsesión por ser perfectos se muestra como un acto decadente de no aceptación, una bajeza moral impulsada por el deseo de gustar a los demás. La película es, en esencia, un descenso a la locura, una experiencia gráfica que toca temas serios como la aceptación personal, la obsesión por la opinión de los demás y la superficialidad en general, con todas sus implicancias. Los contrastes son evidentes: juventud contra vejez, lo erótico contra lo repugnante, e incluso la belleza enfrentándose a la fealdad, hasta llegar a la monstruosidad. Es una película que sabe exactamente lo que está haciendo y lo hace con una precisión quirúrgica.
A lo largo de la película, no importa lo que pase en la realidad para Elizabeth, lo único que realmente le importa es cómo se ve en pantalla. Esto queda reflejado en la escena en la que entrevistan a Sue, quien desplaza y se mofa de Elizabeth, reduciendo su autoestima al punto más bajo posible. Es ahí donde el verdadero horror de la película se revela: la arrogancia de Elizabeth la ha convertido en un monstruo, una grotesca representación exterior de lo podrido que está su interior. Lo que inicialmente era un personaje atractivo y exitoso, se transforma en una figura deforme, un reflejo inquietante de lo que puede hacer la obsesión por la perfección.
El símbolo de la estrella, que aparece tanto al inicio como al final de la película, es una representación clara de lo que significa la fama. La industria del entretenimiento no es más que una carrera de supervivencia, donde los egos luchan por el poder, los complejos dominan la autoestima y la competitividad devora a las personas. Es una crítica feroz al Hollywood que conocemos, lleno de inseguridades y luchas internas, donde lo que se proyecta en pantalla muchas veces oculta las profundas heridas que hay detrás.
En definitiva, La Sustancia es más que una película de horror. Es un reflejo de nuestra sociedad, donde la juventud y la perfección se valoran por encima de todo. Y, lo mejor de todo, no es pretenciosa. Sabe exactamente lo que está haciendo: satirizando una realidad absurda con un sentido del humor tan oscuro como brillante. Tal vez el final pudo ser un poco menos exagerado, pero eso no le quita mérito. Las secuencias violentas y grotescas son burdas, pero efectivas, y la elección de utilizar efectos prácticos en lugar de CGI es una jugada maestra.
La Sustancia nos recuerda algo importante: la realidad es lo que cada uno de nosotros crea. Y, en el caso de Elizabeth, su realidad es una que muchos, especialmente en la industria del entretenimiento, viven todos los días. La película es una obra que no solo es visualmente impresionante, sino que también plantea preguntas profundas sobre la obsesión con la perfección. ¿Qué más se puede pedir de una película en los tiempos que corren?
La Ficha:
Título Original: The Substance
Año: 2024
Duración: 120 minutos
País: Estados Unidos
Dirección: Coralie Fargeat
Guion: Coralie Fargeat
Reparto Principal:
- Demi Moore como Sue
- Margaret Qualley como Elizabeth
- Dennis Quaid como Jefe Empresario
- Ray Liotta (en uno de sus últimos papeles)
Género: Thriller, Horror Corporal
Productora: Why Not Productions, Wild Bunch
Fotografía: Benoît Debie
Montaje: Monica Coleman
Música: Rob
Estreno: Octubre 2024
Clasificación: R (Restringida por violencia gráfica, contenido sexual y lenguaje fuerte)