Joker es un crudo retrato de la sociedad que va más allá de una simple película del gran villano de Batman, la actuación del Joaquín Phoenix será difícil de olvidar.

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Este debe ser el artículo más difícil que he escrito, por todo lo implica, por todo lo que trae detrás un tema así, ya que no es solo una película que se está abriendo paso de manera arrasadora en la taquilla, causando controversia por su contenido, alarma por su cruda temática, pavor por sus posibles consecuencias, gestos de disgusto porque a los que todo lo manejan no les gusta que les griten en la cara su fracaso como clase dirigente, por la narración y exaltación de un personaje que todos sabemos oscuro, como su némesis –el héroe, precisamente-, sino porque la actuación hecha para dar vida al personaje principal de la película nos ha hecho recordar a todos la fragilidad de la condición humana, y que no existe más que un pequeño trecho entre una vida normal, o lo que la sociedad avasalladora considera como tal, y la más absoluta de las demencias asesinas, la más insaciable sed de anarquía, la más justificable actitud de desquitarse de todo –y de todos- y vengarse de una sociedad que casi siempre te da la espalda.

Yo sí justifico el accionar ficticio de Arthur Fleck –Joker, en la película-, ya que me siento plenamente identificado con el personaje, no desde su insania, no desde sus arrebatos criminales ni su consolidación de todo lo opuesto a lo que una persona de bien debe de ser. No. Nada de eso. Este mundo se ha edificado sobre la base de millones de personas marginadas por una sociedad que o bien les da la espalda, o bien los ningunea, como si se trataran de bolsas de basura y no de seres humanos con sentimientos, que sufren y sienten y se agobian ante la adversidad. Las categorías sociales que ahora manejamos son fruto de años de depuración, de una pervertida selección natural impuesta por las clases dominantes, donde solo ellos y los privilegiados de sus íntimos y cercanos círculos pueden acceder a paz, tranquilidad, empleo, oportunidades, mientras que el resto de los mortales, es decir, la gran mayoría, son las piezas sacrificables de un ajedrez en el que no están invitados a participar, a veces ni siquiera como peones. Estas postergaciones, marginaciones y humillaciones, por parte de personas como Thomas Wayne en la ficción, y de señorones y señoronas de apellidos compuestos o rimbombantes en la vida real, son la gota que poco a poco va horadando la paciencia, la tranquilidad y la estabilidad –frágil y conseguida a base de medicina- de personas como Arthur Fleck, en la ficción que hoy analizo, y de cientos de miles de personas en la vida real que se ven marginadas por un sistema que, en vez de tenderles una mano amiga, los obliga a la humillación, a la súplica, al ruego burocrático para poder conseguir –siquiera- la atención más elemental por parte de un Estado que ha olvidado que su fin supremo es la persona, persona a la que le acaba de decir que, a pesar de su enfermedad mental diagnosticada, y tal vez mal tratada, no podrá seguir siendo ayudado más, porque los fondos han sido destinados a cosas más importantes que la salud mental de un individuo.

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Causa rabia, ira, impotencia y dan ganas de salir uno mismo a la calle y cambiar la sociedad y todo el mundo, para bien, a punta de gritos, de prepotencia, de insultos de los más gruesos calibres, ya que las personas no entienden, o su desidia para con el prójimo llega a tanto que no les importa nada el bienestar ajeno y son incapaces de mover un dedo. Pasa en todo el mundo, pero creo que nuestra sociedad, nuestro país, se lleva el primer puesto de un podio diseñado para los más ruines en estos temas. ¿Cómo es posible que el Estado deje a su suerte a un paciente psiquiátrico? ¿Es ético que una profesional de la salud mental tenga tan poco interés en su paciente? ¿Por qué no se refuerzan estos temas? ¿Acaso queremos una sociedad de locos con el pantalón a medio culo, comiendo naranjas ya exprimidas en un basural afuera de un mercado? ¿A pesar de estas carencias, los gobernantes se desesperan por guardar las apariencias y tratan de entrar a un elitista club primermundista donde solo seremos el hazmerreír cuando vean que en el seguro social los pacientes son puestos a agonizar en los pasillos y que, en temas de salud mental, la gente sigue creyendo que dándote una palmadita en el hombro, diciéndote que todo va a estar bien y que salgas a dar una vuelta por ahí para que te airees es mucho mejor que la medicina prescrita por un psiquiatra o la terapia recomendada por un psicólogo?

Joker aborda este y muchos otros temas, pero no puedo dejar de cerrar mi puño de la ira al haber visto retratada y comprobar, una vez más, que la ficción supera a la realidad, o al menos la imita a la perfección. Arthur Fleck, en un Estado no tan indiferente, hubiera podido ser medianamente útil, como lo era mientras trabajaba de inofensivo payaso y se daba abasto para cuidar a su anciana madre, de quien heredó los demonios internos que terminaron por consumir lentamente a ambos. Muy aparte de las cuestiones técnicas, del guión, de la soberbia y magistral actuación de Joaquin Phoenix, que tiene que ganar el Óscar a Mejor Actor o la Academia de Hollywood habrá mantenido su tradición argollera de injusticias, de la paleta de colores, de la actuación de Robert de Niro, de la ambientación ochentera y de la musicalización, entre otros temas, no puedo dejar de entrar en ira al comprobar que este mundo está lleno de hijos de puta –como esos que le robaron el cartel a Arthur y lo golpearon solo por creerse bacanes, machitos, todopoderosos efímeros- que con una sola acción pueden empujarte al borde del abismo, dejarte al borde la cornisa, con un pie en el aire, equilibrándote en una cuerda floja mal amarrada y ayudare, voluntariamente o no, a convertirte en la peor de las pesadillas de una ciudad, de una sociedad entera, que fue lo que finalmente pasó con Arthur Fleck empujado a ser Joker por una serie de circunstancias adversas.

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Advertidos quedan todos aquellos que van a ir a ver Joker, la cual deben ver en idioma original para no perderse la soberbia caracterización de Joaquin Phoenix: este filme trata sobre la caída en espiral de un hombre hacia la locura. Es el tema central de esta espectacular obra de arte que nos ha regalado el séptimo arte para la posteridad. No se quejen luego si salen de la sala cuestionándoselo todo. Y a los que se jactan de su poder, de sus influencias, de sus contactos, de su capacidad de lograrlo todo, de aquellos que lo consiguen todo sin sudarla, a base de contactos y relaciones, de aquellos que no necesitan tocar puertas porque siempre las encuentran abiertas, de aquellos que piensan que el poder es eterno y que nunca tendrán que bajar al llano para enfrentarse cara a cara con la realidad y con los miles de postergados del mundo: no obliguen a las masas enardecidas a cantar y bailar “El baile de los que sobran”, porque ese día se arrepentirán de haberles negado una oportunidad a los que siempre miraron por encima del hombro, y querrán que la anarquía sembrada sea solo un mal sueño de su imaginación, una grotesca pesadilla de su desvelo, pero se toparan con que el caos será fruto de sus propios actos discriminatorios y de su miseria moral. Su tiempo llegará y ahí estaremos para recordarles que ustedes son tan humanos como el resto de la humanidad, y que todos los humanos son capaces de sentir el más terrible de los dolores, físicos o emocionales. Avisados y advertidos están con Joker.

Autor:

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Julio Eduardo Cruz Merino

Me encanta leer y escribir. Amo los perros, el rock de los 80’s, Calamaro y los Rolling Stones. Abogado.